Qué es un ecosistema Un ecosistema es el conjunto de organismos vivos presentes en un área determinada y los elementos no vivos con los que interactúan. Por ejemplo, un lago es un ecosistema compuesto por los animales acuáticos, las plantas y los microorganismos que lo habitan, el agua dulce que es la base de su sustento, el fondo marino en el que crecen ciertas plantas y las rocas donde los peces ponen sus huevos. Cómo está compuesto Un ecosistema está compuesto por: componentes vivos (cuyo conjunto se denomina biota), es decir, plantas, animales, hongos y microorganismos; componentes no vivos o abióticos (tanto orgánicos como inorgánicos) como el suelo, las rocas, la arena, a los que hay que añadir agentes atmosféricos como el viento y las precipitaciones. A su vez, los organismos vivos se dividen en tres categorías: autótrofos (plantas verdes y algunas bacterias), capaces de sintetizar sustancias orgánicas a partir de materia inorgánica; consumidores (animales y algunas plantas), que se alimentan de otros organismos o de las sustancias orgánicas que estos producen; descomponedores (bacterias, hongos y otros), que degradan las moléculas orgánicas produciendo sustancias utilizadas por los productores, reiniciando así el ciclo. Dentro de un ecosistema, cada especie tiene su propio hábitat, es decir, una zona cuyas características permiten su ciclo vital. Por tanto, en general, un ecosistema comprende varios hábitats que se superponen parcialmente entre sí. En un ecosistema, no solo son importantes los elementos que lo componen sino también, y sobre todo, las relaciones que los unen: cada uno depende de los demás, directa o indirectamente. Además, un ecosistema es un sistema abierto, es decir, tiene intercambios de materiales y energía con otros ecosistemas: por ejemplo, a través de los animales que se desplazan o del viento que transporta polen y otras sustancias, tanto orgánicas como inorgánicas. Tipos de ecosistemas Los ecosistemas suelen clasificarse en macrocategorías, cada una de las cuales, sin embargo, incluye ecosistemas muy diferentes en cuanto a clima, flora y fauna. Bosques: pluviselvas (como el Amazonas), bosques tropicales secos (Colombia), taiga (vastos bosques de tierras bajas como los de Canadá o Finlandia), matorral mediterráneo. Pastizales: incluyen grandes praderas (como las de Norteamérica) y pastizales, pero también entran en esta categoría zonas menos frondosas como las sabanas (en gran parte de África y Australia) y las estepas (Asia Central). Desiertos: desiertos cálidos (como el Sáhara), desiertos fríos (Gobi), desiertos helados (Antártida, Groenlandia). Tundra: zonas subpolares frías con escasa vegetación (Siberia, Alaska, Islandia, etc.). Ecosistemas montañosos (Himalaya, Andes, Alpes, etc.). Ecosistemas marinos: mares, océanos, lagos salados, arrecifes de coral, zonas salobres. Ecosistemas de agua dulce: lagos, ríos, pantanos, estanques. Biodiversidad en los ecosistemas Todo ecosistema se caracteriza por su biodiversidad, la variedad de formas de vida que alberga y las relaciones entre ellas. Los parámetros principales por los que se mide son el número de especies presentes y su variedad. Otros índices de biodiversidad son la diversidad genética, es decir, la variedad genética dentro de una misma especie, y la distribución de las especies en los distintos hábitats del ecosistema. A su vez, los índices de biodiversidad están interconectados: cuanto más numerosas y diversas sean las especies presentes, más articulados estarán sus hábitats y mayores serán sus posibles configuraciones dentro del ecosistema. El equilibrio del ecosistema Un ecosistema está en equilibrio si su composición y estructura relacional permanecen inalterables (y, por tanto, en particular, su biodiversidad). Equilibrio no significa estancamiento. Al contrario, en un ecosistema los elementos cambian constantemente: los individuos nacen y mueren y mientras tanto crecen, se reproducen y, a menudo, –en el caso de animales y microorganismos– se desplazan, incluso de un hábitat a otro. El equilibrio de un ecosistema puede ser más o menos estable en función de su resiliencia, es decir, de su capacidad para volver a su estado inicial tras una perturbación: un ecosistema es resiliente, es decir, está en equilibrio estable, si es capaz de restablecerse colonizando una parte de sí mismo que ha sido dañada, por ejemplo, por un incendio, un corrimiento de tierras o una marea de tempestad. Si, por el contrario, el ecosistema es poco resiliente, es decir, si una perturbación lo daña irreparablemente, hablamos de un equilibrio inestable. Un factor de equilibrio es la cadena alimentaria. Si desaparece una especie con una función específica en un ecosistema, se corre el riesgo de crear un desequilibrio: si, por ejemplo, desaparece un carnívoro, es probable que proliferen en exceso las especies herbívoras de las que se alimentaba, con el consiguiente efecto en cadena sobre las plantas que constituyen la base de su alimentación. Cuanto mayor sea la biodiversidad de un ecosistema, mayor será su resiliencia (y, por tanto, su estabilidad): por ejemplo, si en un bosque hay muchas especies de insectos polinizadores, ni siquiera la desaparición de una de ellas comprometerá el ciclo de floración de las plantas y, por tanto, la salud del ecosistema. Es solo uno de los muchos ejemplos posibles, pero resulta especialmente indicativo dado el papel crucial de las especies polinizadoras para la agricultura: demuestra la importancia de la biodiversidad de los ecosistemas no solo para la conservación de la naturaleza, sino también para las actividades humanas. Ecosistemas en peligro Hoy en día, todos los ecosistemas de nuestro planeta están amenazados por las actividades humanas. El mayor peligro, sobre todo a mediano y largo plazo, procede del cambio climático. El aumento de las temperaturas medias es en sí mismo un factor que altera el equilibrio de un ecosistema al afectar a la distribución de la vegetación y, por tanto, a toda la cadena alimentaria. Además, muchos ecosistemas están amenazados por la desertización y la subida del nivel del mar provocada por el deshielo de los glaciares. El cambio climático es un efecto de las emisiones de las actividades humanas, especialmente las industriales, que, por otra parte, también afectan directamente a los ecosistemas: la contaminación atmosférica afecta a la salud de los organismos vivos y, por tanto, a gran escala, también a la de los ecosistemas en los que viven. Algunos ecosistemas también están amenazados por actividades humanas concretas. En particular, la deforestación de vastas zonas, sobre todo en los trópicos, está reduciendo la extensión de algunos de los ecosistemas más ricos en biodiversidad del planeta. La pesca intensiva, por su parte, afecta gravemente a la biodiversidad de los ecosistemas acuáticos, especialmente los oceánicos, alterando su equilibrio. El rol humano en la conservación del medio natural La humanidad, que está poniendo en peligro los ecosistemas, también dispone de las herramientas para preservarlos. Para mitigar el cambio climático, la solución más eficaz es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Para ello, hay que completar la transición hacia un sistema energético basado en fuentes renovables y, al mismo tiempo, pasar a la electricidad en sectores como el transporte y la calefacción: todas medidas que, además, contribuyen a limitar la contaminación atmosférica. De forma más inmediata, urge reducir actividades como la pesca intensiva y detener la deforestación. Por ello, nuestro Grupo se compromete a preservar la extensión actual de los bosques con trabajos de reforestación acordes con el principio de «No Deforestación Neta». Paralelamente a estas medidas generales de prevención, es necesario actuar a escala local, con el fin de preservar los ecosistemas que aún están intactos y repoblar los que ya han sido alterados o pueden verse comprometidos. Numerosos compromisos internacionales, entre ellos la Estrategia Europea de Biodiversidad 2030, van en este sentido. En el marco de nuestra estrategia de biodiversidad, hemos iniciado numerosos proyectos de restauración de ecosistemas en varios países europeos (Italia, España, Grecia) y americanos (Chile, Colombia, Brasil, EE. UU.). Uno de los proyectos más impresionantes es la restauración del bosque seco tropical colombiano, un ecosistema raro y precioso cuya restauración se ha iniciado en una superficie de más de 7000 hectáreas. También es significativo el proyecto lanzado en Brasil, en el Estado de Rio Grande do Sul, para la reforestación de las tierras indígenas cuidando ecosistemas en áreas protegidas. Similar es la iniciativa de reforestación con especies autóctonas en beneficio de los pueblos indígenas de Chile. En cuanto a los ecosistemas acuáticos, hemos repoblado el Río Magdalena en Colombia con casi tres millones de peces de especies autóctonas, mientras que en Italia hemos dedicado un proyecto a la protección de varias especies endémicas en la cuenca del río Ticino. En Minnesota (EE. UU.), iniciamos la restauración de hábitats favorables a las especies polinizadoras, mientras que en Cataluña (España), restauramos hábitats en peligro para el oso pardo en el Parque Natural de los Pirineos, con soluciones integradas que incluyen la plantación de casi 10 000 árboles frutales. Estos son solo algunos ejemplos de una larga serie de actividades de amplio alcance que llevamos a cabo en los países en los que operamos y de las que informamos en nuestro Informe de Sostenibilidad 2022, concretamente en el capítulo dedicado a la conservación del capital natural.