El clima siempre ha cambiado Nuestra civilización es precisamente hija de un cambio climático: hace 15.000 años terminó la edad de hielo, llegaron las condiciones para la agricultura y la ganadería, dejamos de ser nómadas y nacieron las ciudades. Fue un cambio climático beneficioso, fácil de gestionar porque se produjo gradualmente. Sobre todo, fue espontáneo: hoy sabemos que formaba parte de los ciclos naturales del comportamiento de la Tierra. Llega la industria, la otra cara de la moneda Sin embargo, el cambio climático al que asistimos desde hace 150-200 años es anómalo porque ha sido provocado por el hombre y sus actividades tecnológicas: con la revolución industrial, hemos vertido a la atmósfera miles de millones de toneladas de nuevo dióxido de carbono (CO2), fruto de la quema de carbón, petróleo y metano. Los gases de efecto invernadero ya estaban presentes en el planeta desde hace millones de años (vapor de agua, dióxido de carbono, metano, ozono y óxido nitroso) en cierta cantidad, pero nosotros hemos añadido mucho más. El CO2 se ha duplicado ahora en comparación con los mínimos de los últimos 700 000 años (410 partes por millón frente a 200-180 partes por millón): nos lo dicen los hielos de la Antártida estudiados por los científicos y cientos y cientos de estudios científicos y datos recogidos en tierra, en el fondo del mar y con satélites. Por eso se habla del «componente antropogénico del efecto invernadero»: el clima de la Tierra siempre ha cambiado, pero por razones naturales y muy lentamente. El cambio que se ha producido en los últimos dos siglos, más o menos, con tanta rapidez (si se compara con los tiempos geológicos), se debe, en cambio, al uso masivo de combustibles fósiles por parte del hombre para alimentar la industria, el transporte y todo lo que hace que nuestra vida sea cómoda hoy en día. ¿Para qué sirve la atmósfera? La atmósfera es una especie de cubierta química, formada por diferentes tipos de gases, que impiden la salida del calor. Una cubierta que deja pasar los rayos del sol y retiene parte de los rayos infrarrojos, calentando la superficie de la Tierra. Los gases de efecto invernadero más presentes en la atmósfera son tres: el dióxido de carbono (CO2), el metano y el vapor de agua y son muy eficientes. Vapor de agua, el gas de efecto invernadero que no se espera Desde el punto de vista de la física, el gas más eficaz para desencadenar el efecto invernadero – mira qué sorpresa - es el vapor de agua. La molécula de agua en forma gaseosa (H2O) es genial y, obviamente, está presente en enormes cantidades porque más del 70 % de la superficie de la Tierra está cubierta por el océano. El vapor de agua está vinculado al ciclo del agua y, en esencia, siempre hay la misma cantidad en circulación. Como hemos dicho, la cantidad de CO2 en la atmósfera ha cambiado en los últimos 200 años. Cuidado con esos gases: gases de efecto invernadero que conviene controlar El metano (CH4), que se libera al aire en los vertederos abiertos, la agricultura y los cultivos intensivos, y con el deshielo del permafrost ártico; el óxido nitroso (N2O), que entra en la atmósfera a partir de vertidos industriales incontrolados y del transporte; por último, en dosis más pequeñas, pero no despreciables, están el amoníaco (NH3) y los hidrofluorocarbonos y perfluorocarbonos, que sustituyeron a los CFC en los aparatos de aire acondicionado y frigoríficos cuando empezamos a luchar contra el famoso «agujero de la capa de ozono» en los años 90. Como ves, se trata de productos de las actividades humanas que pueden controlarse y para los que existen alternativas viables.