La Tierra es finita, sus recursos se agotan, no son infinitos. Imagínala como una gigantesca nave espacial que, en su viaje alrededor del Sol, debe llevar a bordo lo necesario para que todos sus pasajeros estén cómodos, alimentados y entretenidos. No existe la posibilidad de parar en el área de servicio para repostar energía y otros recursos y descargar los residuos, como haría el autobús en una excursión escolar. Hay que arreglárselas con lo que se tiene, incluyendo la gestión de los residuos y la contaminación. Una definición de sostenibilidad “Satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”, es la definición de sostenibilidad dada por la Comisión Mundial de Medioambiente y Desarrollo de la ONU en 1987. Los expertos han reflexionado sobre dos conceptos fundamentales: la huella ecológica y la capacidad de carga. Con pies pesados: la huella ecológica La huella ecológica (ecological footprint) es el método de cálculo que analiza si un individuo o un grupo de personas (una ciudad, una región o un país) está en equilibrio con los límites de la Tierra. Este método lo desarrollaron los científicos Mathis Wackernagel y William Rees alrededor de 1990, con el objetivo de estimar el consumo de recursos necesarios tanto para producir bienes o servicios específicos como para satisfacer las necesidades de toda una comunidad. Si la huella ecológica es “la extensión de territorio necesaria para producir los recursos necesarios para la vida y para absorber los residuos producidos por la población de una determinada especie”, la capacidad de carga es «la carga máxima, ejercida por la población de una determinada especie, que un territorio determinado puede soportar sin poner en peligro su productividad». La naturaleza es suficiente para todos: la capacidad de carga La capacidad de carga está estrechamente relacionada con el tema de las cadenas alimentarias, en las que el hombre está en la cima y todos los recursos de la tierra (animales, vegetales, minerales) se utilizan para su bienestar. Vigilar la capacidad de carga significa no excederse, estar en equilibrio con el propio hábitat mediante un estilo de vida sostenible. No sobreexplotar un campo ya que, de lo contrario, el suelo se empobrece y deja de producir frutas y verduras; no contaminar el aire de las ciudades ya que todo el mundo enferma, las plantas no crecen, etc., y la ciudad se convierte en un lugar en el que es casi imposible vivir. El déficit ecológico Desde los años 70, la humanidad siempre ha estado en déficit ecológico, con una demanda anual de recursos que supera la capacidad biológica y geológica de la Tierra para proporcionar todos los recursos que se necesitarían. Hoy en día, la humanidad utiliza el equivalente a 1,7 Tierras para proporcionar los recursos que utilizamos y para absorber nuestros residuos. Pero si consumimos una media de 1,7 planetas cada año viviendo en un solo planeta. ¿Cómo es posible que todavía queden recursos? Porque no todos consumimos de la misma manera. La huella ecológica de un ciudadano de Estados Unidos es de 8,1 hectáreas/persona; 3,4 son las que “tiene en casa” (recursos que representa el territorio nacional), 4,7 son recursos que tiene que ir a buscar a otro lugar. Si nos fijamos en Europa, en Alemania, por ejemplo, la huella ecológica de un ciudadano es de 4,7 hectáreas/persona, es decir, 3,2 hectáreas (gha) más que la «biocapacidad» que realmente tiene. Por el contrario, en Gabón la huella ecológica es de 2 (la calidad de vida es muy baja), pero ese territorio tiene unos recursos increíbles, nada menos que 19,1 por habitante, por lo que hay un excedente de 17,1 que acaba por satisfacer, al igual que ocurre los recursos de gran parte de África, América Latina y algunas áreas de Asia, las demandas de super bienestar (un bienestar exagerado y a menudo muy despilfarrador) de los ciudadanos occidentales. Es obvio que no es una situación equilibrada y sostenible.