Llegamos a casa por la tarde, quizás después de una larga jornada de estudio o de trabajo, sabiendo que con un simple clic el interruptor se encenderá y podremos disponer de toda la luz que necesitamos para utilizar un número indefinido de objetos que requieren electricidad, como es el caso del ordenador o del smartphone que muy probablemente estéis usando para leer este artículo. Son gestos tan automáticos que los consideramos totalmente naturales, pero jamás tenemos que olvidar que todo esto es posible gracias a la existencia de una perfecta “cadena de montaje” que, desde la producción hasta el suministro, pasando por la distribución a través de la red eléctrica, lleva la electricidad a nuestra casa las 24 horas del día y los 365 días del año. La producción de electricidad Todo comienza con la producción, es decir, la conversión en electricidad de la energía generada a partir de una fuente energética primaria. Esta última puede ser no renovable (petróleo, carbón, gas natural o combustible nuclear), o renovable (solar, eólica, hidroeléctrica o geotérmica). En todos los casos, la electricidad se genera dentro de una central eléctrica y luego llega a nosotros, los consumidores, a través de la red eléctrica. El funcionamiento de la red se basa en la palabra equilibrio, es lo que tiene que existir siempre entre la energía producida por la central y la requerida por los usuarios. Podemos imaginarnos una balanza de dos platos, que deben estar siempre a la misma altura y lo que asegura este equilibrio es el sistema de distribución y de transmisión, que se extiende por todo el mundo gracias a millones de kilómetros de líneas de alta tensión. Cómo conservar la electricidad Una característica esencial de la distribución de energía eléctrica es que nosotros consumimos la electricidad que acaban de producir las centrales de manera “fresca”, como sucede con la leche. Pero, ¿podríamos almacenarla y conservarla, para que también se pueda usar en el futuro? Absolutamente sí. A día de hoy, se almacena sobre todo en baterías de litio y de flujo, pero también existen sistemas de bombeo de agua para alimentar a ciclo continuo las centrales hidroeléctricas. Y se están experimentando sistemas de almacenamiento basados en energía térmica (TES, donde se utilizan, por ejemplo, piedras para acumular calor que después se transforma en vapor para alimentar una turbina eléctrica), nuevas baterías con componentes químicos diferentes al litio, sistemas de almacenamiento de energía gravitacional o los de aire comprimido. Un impulso importantísimo para el desarrollo de estos sistemas de almacenamiento llega de la mano de las energías renovables. De hecho, en estos casos es fundamental lograr almacenar la energía solar o eólica, que solo se puede hacer en ciertos momentos de la jornada, para que esté disponible las 24 horas del día. Todo esto asegura una mayor eficiencia, disminución de costes y un acercamiento al reciclaje, con una visión de sostenibilidad. Además, favorece el proceso gradual de electrificación, es decir, el uso de electricidad producida a partir de fuentes renovables para el funcionamiento de actividades y servicios que, hasta ahora, se alimentaban con combustibles fósiles. Las proyecciones futuras son muy alentadoras: según el último informe de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA, por sus siglas en inglés), entre 2017 y 2030, se triplicará la cantidad de energía eléctrica disponible en los sistemas de almacenamiento. Con muchas ventajas para todos.