Con el cambio climático, el equilibrio de los océanos también está experimentando grandes cambios, provocando que se vuelvan cada vez más ácidos. Veamos cómo y por qué. Todo comienza con el CO2 absorbido por los océanos La acidificación de los mares es consecuencia directa del exceso de dióxido de carbono (CO2 ) liberado a la atmósfera, el gas que emitimos cada vez que utilizamos un vehículo de motor o quemamos combustibles fósiles. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), entre 1750 y 2014, el 30 % del dióxido de carbono emitido como consecuencia de las actividades humanas fue absorbido por los océanos. Cuando el agua de mar absorbe CO2, se produce una reacción química que da lugar a la formación de ácido carbónico (H2 CO3), lo que la hace más ácida. Es como si el mar se convirtiera en un vaso gigante de agua con gas que, sin embargo, no es tan apetecible como una bebida gaseosa. Consecuencias de la acidificación Imagínese vivir en una casa cuyas paredes son cada vez más finas. Esto es lo que les ocurre a las criaturas marinas que tienen un esqueleto o caparazón, como los corales, los crustáceos y los moluscos. La acidificación de los océanos hace más difícil que estos organismos construyan y mantengan sus estructuras calcáreas. Esto puede provocar el debilitamiento de los ecosistemas marinos, fundamentales para la vida en la Tierra. Pero eso no es todo. Los océanos más ácidos también están afectando a las especies de peces y plancton que forman la base de la cadena alimentaria marina. Y si estas sufren o fallan, todo el ecosistema marino se resiente. ¿Cómo combatir la acidificación de los océanos? La necesidad de tomar decisiones más sostenibles Es importante, por tanto, tomar conciencia del impacto de nuestras acciones cotidianas sobre el planeta. Cada vez que utilizamos el coche, consumimos carne roja procedente de explotaciones de ganadería intensiva (que, según la FAO, es responsable de cerca del 15 % de las emisiones de CO2 ) o no reciclamos nuestros residuos, contribuimos a aumentar el calentamiento global. Y, como hemos visto, estas emisiones también afectan a los ecosistemas marinos. Reducir nuestra huella de carbono mediante opciones más sostenibles –como el uso del transporte público, la producción de energías renovables, las dietas de bajo impacto y una gestión adecuada de los residuos– puede ayudar a limitar la acidificación de los océanos. Se trata de un reto que requiere un compromiso colectivo. Recordemos siempre que proteger nuestro clima también significa proteger nuestros océanos.