Antes de que el cambio climático fuera considerado por los científicos como la mayor amenaza para la humanidad durante siglos y fuera conocido por la opinión pública mundial, durante varios años la crisis medioambiental global más grave fue la del «agujero de ozono». Pero, ¿qué es exactamente? El agujero de ozono La capa de ozono es una franja de gas en la estratosfera que nos protege de los rayos ultravioleta (UV). Estos rayos dañan el ADN de plantas y animales y provocan quemaduras solares y cáncer de piel en los seres humanos. En la década de 1980, los científicos descubrieron que la capa de ozono sobre el Polo Sur se hacía cada vez más delgada en las primaveras, creando así el «agujero de ozono». El agujero de ozono está generado, principalmente, por los clorofluorocarburos (CFC), sustancias químicas utilizadas en frigoríficos, aparatos de aire acondicionado y aerosoles. Cuando los CFC se liberan a la atmósfera, se descomponen y liberan cloro, que destruye el ozono. El bromo también tiene el mismo efecto. Menos ozono significa más radiación UV que llega a la Tierra. Protocolo de Montreal Para resolver este problema, en 1987 se adoptó el Protocolo de Montreal. Este tratado pretendía reducir y, posteriormente, eliminar los CFC. Fue un ejemplo de cooperación internacional: todos los países del mundo se unieron para afrontar el problema, adoptando medidas como la reducción de CFC, el uso de tecnologías alternativas y la asistencia a los países en desarrollo. La ciencia desempeñó un papel fundamental. Los resultados de la intervención El Protocolo ha logrado grandes resultados: la producción de CFC se ha reducido drásticamente y la capa de ozono se recupera lentamente. En 2019, el agujero de ozono fue el más pequeño jamás registrado desde 1982. La reducción de los CFC también ha contribuido a mitigar el cambio climático, porque muchos CFC son también gases de efecto invernadero. Lecciones aprendidas Una de las principales lecciones es la importancia de la cooperación internacional. Sin datos científicos claros, no habría sido posible formular políticas eficaces. El desarrollo de alternativas a los CFC ha demostrado que se pueden encontrar soluciones sostenibles sin comprometer el progreso económico. Aplicar las lecciones al cambio climático El problema del agujero de ozono y la crisis climática son similares: ambos son globales y vitales. Al igual que hemos actuado para proteger la capa de ozono, podemos hacer frente a la crisis climática. La comunidad internacional ha reconocido la necesidad de actuar conjuntamente, con acuerdos como el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París, cuyo objetivo es limitar el aumento de la temperatura global. Necesitamos un acuerdo mundial similar al Protocolo de Montreal, centrado en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover las energías renovables. Conclusión La historia del agujero de ozono demuestra que, cuando nos unimos para hacer frente a una crisis, podemos conseguir resultados extraordinarios: si lo hicimos una vez, podemos volver a hacerlo. La crisis climática requiere el mismo espíritu de cooperación e innovación para proteger nuestro planeta para las generaciones futuras.