Los pequeños trabajadores que alimentan al mundo Son tan simpáticas que se han convertido en protagonistas de dibujos animados infantiles: y si en el imaginario humano se les considera animales simpáticos, por algo será. De hecho, hay más de una. La razón más inmediata es que las abejas fabrican miel: el alimento dulce por excelencia, tanto que desde los tiempos bíblicos se habla de un lugar paradisíaco donde fluyen ríos de leche y miel. Sin embargo, no todas las abejas fabrican miel: solo las domesticadas, llamadas abejas melíferas, una de las muchas especies de estos insectos. Pero hay otra razón, menos poética pero mucho más práctica, por la que las abejas deben ser consideradas nuestras amigas: cuando chupan el néctar de las flores se cubren, involuntariamente, de polen y lo transportan de flor en flor. Sin saberlo, hacen posible la fecundación de las plantas. Gran parte de las especies vegetales del mundo se reproducen gracias a la labor de los animales polinizadores y, entre ellos, las abejas son los más importantes: son responsables del 70 % de la polinización de todas las especies vegetales y, según algunas estimaciones, aportan alrededor del 35 % de la producción mundial de alimentos. ¿Por qué están en peligro las abejas? El número de abejas está disminuyendo en todo el mundo: es un hecho constatado. No hay cifras exactas –en parte porque dependen mucho de cada especie–, pero desde muchos sectores y durante mucho tiempo se ha alarmado sobre su estado de salud. Más inciertas aún son las causas del fenómeno. Entre las principales investigadas se encuentran los factores de origen humano –en particular el cambio climático y la contaminación ambiental– que ponen en peligro los delicados ecosistemas en los que viven las abejas y la biodiversidad de su hábitat, con la consiguiente reducción de su número. Además, parece que el uso de determinados pesticidas (como los neonicotinoides) es especialmente perjudicial para su salud. A estas amenazas hay que añadir la natural de ciertos virus que afectan a las abejas: el efecto combinado de estos factores podría ser la verdadera causa de su declive, junto con otras razones quizá aún desconocidas. ¿Qué pasa si desaparecen las abejas? «Si la abeja desapareciera de la faz de la tierra, al hombre solo le quedarían cuatro años de vida», dijo Albert Einstein. ¿Es posible? Pues no. La cita, como muchas atribuidas al científico más famoso de la historia, es apócrifa: nunca la dijo ni la pensó. Al fin y al cabo –aunque sea imposible predecir las consecuencias de escenarios tan extremos– existen otros animales polinizadores que podrían ocupar en parte el nicho ecológico que, eventualmente , dejarían las abejas: principalmente insectos (incluidas mariposas y avispas), pero también muchas aves y algunos mamíferos. También hay otra razón por la que la frase atribuida a Einstein es errónea: aunque el número de abejas esté disminuyendo, no es cierto que en general estén en peligro (a diferencia de otros insectos). Algunas especies (salvajes) corren más peligro que otras, mientras que para las domésticas la extinción no es un escenario plausible. Sin embargo, el declive de las abejas es preocupante: si se perdiera un tercio de los alimentos disponibles, sería un desastre de proporciones sin precedentes. Incluso un descenso más realista de las cosechas –entre el 5 % y el 8 % según algunas estimaciones– tendría graves consecuencias para la economía mundial y, en parte, también para el suministro de alimentos. Cómo podemos proteger a las abejas Para proteger a las abejas se han puesto en marcha diversas iniciativas a escala internacional. En particular, la Unión Europea comenzó, en 2018, diversos proyectos respaldados por las tecnologías más avanzadas, incluida la inteligencia artificial. A su vez, muchas empresas han mostrado una considerable sensibilidad hacia el tema, con iniciativas para promover la apicultura y proteger la salud de las abejas, a menudo en colaboración con organizaciones de investigación o los propios apicultores. La población también puede desempeñar su papel: por ejemplo, en Sudamérica, algunas comunidades indígenas se han dedicado a criar distintas especies de abejas autóctonas para favorecer su supervivencia y, al mismo tiempo, gracias a su labor polinizadora, contrarrestar la deforestación. Además, este tipo de iniciativas contribuyen a reforzar la conciencia ecológica de los individuos y su sentido de pertenencia al ecosistema. A nivel individual, cualquiera puede ayudar a proteger la salud de las abejas, incluso sin necesidad de montar una granja apícola, dando unos sencillos pasos: evitando el uso en sus jardines de plaguicidas que han demostrado ser perjudiciales para las abejas; comprando productos de empresas agrícolas que se hayan distinguido en la protección de las abejas; apoyando económicamente a las asociaciones que se ocupan de la salud de las abejas, distinguiendo entre las que son desinteresadas y las que solo quieren vender miel; en términos más generales, cualquier acción encaminada a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera –y, por tanto, en particular, todo lo que concierne a la transición energética– es una pequeña contribución a la protección del clima y, por ende, de los hábitats de las abejas en todo el mundo.